Cierro los ojos y los puños.

Sólo me escucha la negra escarcha.
El ordenador inclina su rabia
sobre el alfeizar inerte de la mañana.
Espero una llamada inútil
de un inútil funcionario.
No suena el teléfono
y mis manos se enredan en palabras,
vanas como las voces
de los políticos vendiendo humo.
Llueve en Madrid
y las redes se enzarzan
lanzando órdagos como escarpias
enlatadas en cartón,
mientras los parados llaman
ensangrentadas sus yemas
de golpear puertas cerradas.