En mi infancia, vivía en el interior de mi país y descubrir el mar fue una sesación intensa. Me deslumbró su inmensidad y se me figuró como una enorme avalancha azul que en cualquier momento podría ocuparlo todo.
Por lo demás, está el recuerdo de unas jornadas dominicales interminables: madrugón, carretera sinuosa, olor marino, sal, sol intenso, la grasienta crema solar en la piel, tortillón de patatas, filetes empanados (llamados antes filetes rusos), sudor, más sol y sal, vuelta a casa, cansancio, quemazón, picor en la piel, ...