sábado, enero 14

Indiferencia es tu látigo (7. La Ciudad)

    Si has observado una ciudad desde muy arriba, tal vez hayas pensado que sus habitantes son minúsculos personajillos que corretean como si quisieran salir de un laberinto. Así me encontraba yo, corriendo de aquí para allá, atrapada en mi laberinto.





   Mi situación personal había mejorado ostensiblemente, el dinero inesperado, me permitía abandonar la pequeña pensión en la que había estado. Alquilé una coqueta buhardilla en la parte alta de la ciudad. Una zona  algo alejada del centro, pero con unas envidiables vistas casi desde el cielo. Empecé a reconciliarme con esta población, y conmigo misma. La economía, aunque me costaba reconocerlo, te ayudaba a relejarte y centrarte en todas las ideas que pasaban como bólidos por mi cerebro. Comprendí que esa nave industrial había significado para mis padres una manera de dejarme, de cierta forma alegal, lo que ello consideraban importante y valioso. Perfecto.

          Claro que para mí, lo primordial era descifrar ese mensaje que me habían dejado los dos, o ¿era sólo de mi madre? Miré información en Internet, nada. Tenía que volver a patear las calles, fijarme en los letreros, en los escaparates, en los rincones ¿qué sé yo? Esta forma de comunicarse debía tener un fin, pensé. 

         Seguramente, pensaban que yo lo podía averiguar y otras personas, no. Cada vez tenía más claro que esta era la razón. Así que tocaba seguir descifrando esta pista. Recordaba muchas veces eso de la aguja en el pajar, algo parecido pensaba de mi situación. Tras varios días de infructuosa búsqueda, recalé y me paré para tomar una bebida caliente en un pequeño café, lejano y perdido. Unos hombres de edad madura que jugaban al dominó, no paraban de observar a la solitaria que había osado conquistar su espacio. Sin más remedio entablamos una conversación sobre el tiempo que se amplió a conocer cualquier rincón de mi intimidad. Como les veía agradables, no me importó demasiado. Aprovechando les interrogué con poca ilusión sobre lo del Navegante o el Acimut. Nada. pero el más viejo, después de un buen rato, me miró como se mira a una nieta, y opinó: Chica sabes que aquí había un antiguo Paseo del Navegante, sí por el centro,.. luego le cambiaron el nombre por Calle de la Luz, ya sabes, por ir con los tiempos...

          ¿Calle de la Luz? claro, había pasado cientos de veces estos días, justo en el centro de la ciudad. Sí, una calle paralela al río, una zona que se había transformado para oficinas y negocios del tipo de franquicias, restaurantes de diseño, tiendas de moda. Esta ciudad, alejada de la costa, no valoraba sin duda, la hazaña de un antepasado en tierras alejadas por el mar. Uffff el abuelete tardaría varias horas en salir del asombro que le causó el enorme beso que aquella chica tan extraña, le había propinado.  



              Llegué esa noche a mi pequeño apartamento con la sensación de haber logrado un reto propio de un deportista de élite. Sonreía, algo difícil en mí. Me asomé, por la ventana. Cientos de filas de luces, dibujaban los contornos de la ciudad, se apagaba el bullicio que reinaba durante todo el día. Me gustó escuchar su música, su olor, el viento suave que parecía traer esencias de algún lugar lejano,... creo que a partir de ahora la llamaré mi ciudad.



                                                                      Continuación

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