miércoles, marzo 6

La experiencias más increíbles


 

      La vida nos deja tantas situaciones que no controlamos. A veces, cuando las repasamos, nos sorprendemos nosotros mismos. Les he pedido a unos grupos de alumnos que escriban aquella que más les ha sorprendido o les han parecido más increíbles. Aquí una pequeña muestra de ellas:

  Tengo bastantes anécdotas en el tintero, no sé hasta qué punto pueden o no ser increíbles, pero una de ellas es la del día que se incendió el cuarto de contadores de mi edificio. 

    Estábamos haciendo la comida cuando de repente se fue la luz y empezamos a oír a nuestros vecinos gritar que había fuego. Rápidamente envolví a mi hijo en una toalla (en ese momento tenía unos dos años) mi chico cogió al perro y salimos corriendo.

   No conseguimos bajar al siguiente rellano, en menos de dos minutos, todo el hueco de la escalera estaba lleno de un espeso humo negro que no nos permitía ver ni respirar.     

   Tuvimos que retroceder a tientas hasta nuestra planta, aún no sabemos cómo fuimos capaces de encontrarla, meter la llave en la cerradura y acceder al piso. Una vez dentro, abrimos todas las ventanas, pusimos toallas empapadas alrededor de la puerta y salimos a la terraza.     

  Vinieron los bomberos muy muy rápido, nos evacuaron (mi hijo feliz en la cesta del camión bajando desde tan alto) y afortunadamente no hubo ninguna persona herida, solo daños materiales.

Alba G. de B.

     Voy a contar una anécdota más que increíble, es una situación que me pasaría con unos 11 años  pero que siempre me acuerdo y más ahora que tengo la iglesia justo enfrente, de pequeños siempre pasábamos el tiempo jugando en la iglesia y en sus alrededores y como buenos niños recorríamos sus bóvedas y su campanario en busca de palomas y tocando las campanas.

   Mi iglesia tiene su campanario y encima en el tejado una terraza pequeña que le da la vuelta a este, una mañana de las tantas que subíamos se nos ocurrió la idea de subir a la torre a la cual se accedía por una escalera de madera vieja como ella sola y de unos cinco metros, está puesta en el hueco de dos campanas y cuando vas subiendo por ella se va viendo la altura que hay hasta la calle, al llegar arriba ya me costó engancharme en la piedra para poder subir pues con mi estatura casi no llegaba, hasta ahí bien todos arriba jugando y disfrutando de las vistas. Pero el problema fue al bajar que me descolgaba y el pie no llegaba a la escalera después de un buen rato lo conseguí y pude bajar, 

   El recuerdo siempre era que no sabía cómo había podido bajar, las manos me temblaban ya casi sin fuerzas y al final bajé.

   Esta anécdota me hace recordar que de pequeño no ves el peligro aunque siempre nos reíamos de lo que nos pasó allí, ya nunca más volvimos a intentar subir a lo más alto .

Francisco J.


    La situación más increíble ha sido en el parto de mi segunda hija Ainhoa, hace 17 años. al poder ayudarla yo con mis manos a salir. Fue la experiencia más gratificante y más pura que he vivido nunca. Aunque la llegada al mundo de un ser querido es maravillosa, si encima es tu hija, lo hace todo más especial. Es un recuerdo que me hace sonreir cada vez que me acuerdo. Es una experiencia que le recomiendo a todo el mundo.
Mónica

   Con 14 años hice el mayor viaje de mi vida, Nueva York. Allí tuvimos la mala suerte de que el avión en el que volvíamos se le rompió uno de los motores y cuando estábamos volando se dieron cuenta. Tuvimos que dar la vuelta porque la velocidad del avión había disminuido y no nos daba tiempo a llegar de nuevo a Nueva York, por lo tanto, tuvimos que hacer un aterrizaje de emergencia en Boston mientras los azafatos y azafatas intentaban tranquilizarnos ofreciendo pan. Al llegar a Boston había una gran cantidad de camiones de bomberos y policía que no nos dejaron bajar del avión hasta estar seguros de que el avión no tenía ningún otro problema. Hasta el día siguiente no pudimos volver en un vuelo asignado aleatoriamente y que no podíamos cambiar, al llegar a España pudimos ver cómo salimos en las noticias de varios informativos y en periódicos de prensa. 

Alejandro   


    Hace ya unos cuantos años, que un día mis padres se fueron con uno de mis hermanos a la feria de muestras de Granada y yo me creía que mi hermano mayor se había quedado también en casa conmigo.     Era por la tarde pero había anochecido ya y cuando miré por la ventana de mi habitación vi que la luz del cuarto de baño estaba encendida y me levanté a apagarla. A los minutos se volvió a encender y yo
me creía que había sido mi hermano porque había escuchado también el ruidito del interruptor, y como no la apagó me volví a levantar a apagarla yo. Total, que volvió a encender la luz y como yo ya estaba harta de levantarme todo el rato la deje estar y era como que la encendía y la apagaba al poco y así unas cuantas veces, pero después de unos minutos paró. Ya cuando llegaron mis padres a casa otra vez, como buena hermana menor me fui a quejar a mi madre de que mi hermano había estado de pesado encendiendo y apagando la luz solo para que ella me dijese que se habían ido con ellos mis dos hermanos y yo me había quedado sola en casa.

Monserrat

     Me ha costado bastante pensar en una situación increíble en mi vida, es cierto que seguramente tendré muchas guardadas en mis recuerdos. En un principio pensaba contar un viaje precioso y especial que hice con mi amiga de la infancia, pero en seguida me vino a la mente el recuerdo más bonito que he podido experimentar y es ser madre. Parece algo muy común decir: es lo mejor que me ha pasado ¿verdad? Pero hasta que no vives esa experiencia no te das cuenta de lo mágico que es sentir a un ser humano dentro de ti, ya forma parte de tu vida sin siquiera conocerlo en persona. Los miedos se apoderaban de mí, hasta llegaban a atormentarme. Esos miedos duraron todo el embarazo, sobre todo el miedo a perderla. La gente me decía: ¡Empiezas una etapa preciosa en tu vida, ser mamá! ¡Qué razón tenían! Será imposible olvidar la primera vez que la miré. Ser madre es algo maravilloso, pero a la vez es agotador, aunque no lo cambio por nada del mundo, el lazo que nos une será para siempre, no se destruirá nunca. Mi hija aún es pequeña, ha dejado de ser bebé, pero sigo necesitándola tanto como creo que ella me necesita a mí
             ¿No es la mejor experiencia o situación increíble que se puede tener?
Mónica


    Un día, en un bar de un barrio de Granada, estando con unos primos celebrando el cumpleaños de uno de ellos, nos dimos cuenta de que en una de las mesas había una mujer sola, de unos sesenta y tantos años que observaba muy detenidamente a uno de mis primos. Al cabo del rato la mujer se levantó de su asiento y se acercó a donde estábamos nosotros y cogió a mi primo del brazo y lo apartó para decirle algo. Cuando regresó, todos le preguntamos qué era lo que aquella mujer le había dicho, y el muchacho, blanco como el papel, nos dijo que la mujer entre lágrimas le contó que hacía poco había perdido a un hijo suyo en un accidente de tráfico y que él por sus rasgos y por la edad, le había recordado mucho a él. Que le gustaría, si no le importaba, que antes de irse del bar le dijera “adiós mamá” y le diese un beso para así quitarse esa espina que tenía de no haberse podido despedir de su hijo. También le dijo que lo perdonase si se había sentido incómodo con la historia y con tanta observación por su parte. 

   Nos quedamos de piedra y con mucha pena por la pobre mujer, que mal trago debía de estar pasando la pobre. Pasó como media hora más, y la mujer se levantó de la mesa, se dirigió a donde estábamos,se abrazó a mi primo, y se besaron, mi primo le dijo la frase que habían acordado,”adiós mamá” y la mujer se fue. La verdad que nos quedamos impactados por aquello, así que al poco rato decidimos irnos. Cuando le pedimos la cuenta al señor del bar y la revisamos, no nos cuadraba con lo que habíamos tomado, así que fuimos a reclamarle. Nuestra sorpresa vino cuando refiriéndose a mi primo le dijo: “Tu madre me ha dicho que te pasara a ti su cuenta, que tú se la pagarías”. Después de oír aquello, nos dio por reír, pensando en el regomello que teníamos con la “pobre mujer” y en cómo se había quedado con siete u ocho que estábamos, nosotros que nos creíamos los más listos.

Miguel Ángel

 

El taxista fantasma

   Fue hace cuatro años, antes de la pandemia. Mi primo me invitó a una reunión con su grupo de amigos, en el Callao a cuarenta minutos de mi casa, nos quedamos hasta tarde. Cuando salimos, sería la una de la madrugada, estábamos algo agobiados por no encontrar un taxi, para regresarnos. De repente para un coche negro, muy viejo, y subimos, ni siquiera preguntamos cuanto costaba, solo le indicamos que nos lleve a tal dirección.
    Cuando íbamos a mitad del camino, el taxista nos habla, diciendo que era él, del reportaje, que tres veces había resucitado, no le hicimos mucho caso al principio. Luego, ya estábamos llegando a la dirección a unos cinco minutos, le hacemos la conversación, donde cuenta que tres veces le habían sacado del ataúd. Cuando llegamos mi primo apunta su número, para pagarle. En la siguiente esquina encuentro a mis amigos, donde les cuento, de broma, que me trajo el taxista fantasma; por chacota, le llamamos, pero cuando llamábamos salía que el número no existía. Intentamos llamar varias veces y nadie nos creyó.

Eduardo F.


     Hace unos años, en Granada, después de pasar el día en la ciudad con mi marido y mis dos niños pequeños, no dirigimos a un parking céntrico donde teníamos el coche. Antes de retirar el coche, fuimos a pagar el ticket y justo al lado de la máquina había un mendigo pidiendo limosna;  cuando fuimos a insertar el dinero nos faltaban unas monedas, y la máquina tenía estropeado el pago con tarjeta, estábamos en un apuro, puesto que estaba lloviendo, los pequeños llorando y se estaba haciendo muy tarde. Mientras discutimos sobre lo que nos estaba pasando, el mendigo se levantó y nos ofreció las monedas que nos faltaban. Fue algo mágico,  como alguien con tan pocos recursos nos sacó del apuro de ese momento, solo asintió con su cabeza y nos dio el dinero. Nunca olvidaremos el gesto tan altruista del aquel Señor.

Encarnación


       Hace aproximadamente 10 años estuve trabajando en una mercería que se encuentra a los pies de la Catedral de Granada, por la zona de la Alcaicería. Era una tienda con más de 100 años de antigüedad, era estrecha, pero con muchas plantas y unas escaleras de caracol. Era todo muy peculiar, desde lo llamativo por donde estaba ubicada hasta el miedo que daba, por su olor y color de las paredes. 
       La primera planta estaba llena de estanterías con cajas de botones, las cajas estaban amarillas y tenían tantos años que al coger una se me resbaló de las manos y al caer al suelo, todos los botones se convirtieron en polvo, me quedé impresionada.
       La segunda planta estaba llena de rollos de tela y pasamanerías, dado que me había pasado aquel episodio con los botones, me dispuse a comprobar si pasaría lo mismo con las telas y pasamanerías, y por supuesto que pasó. Tenía todo tantos años que el paso del tiempo hizo que se deteriora con solo tocarlo.
    Tenía tan solo tenía 16 años cuando empecé a trabajar allí, con lo cual todo aquel entorno me impresionó mucho, desde el picar de las campanas de la Catedral hasta el olor que había en el ambiente a madera.
Mª Angustias


    En mi viejo instituto los niños creamos leyendas o cuentos para asustar a los menores y a lo mayores. Por lo general, eran historias que rondaban desde las creaciones de los viejos alumnos. Sin embargo, algunas de ellas parecían completamente reales. Pues una vez durante la secundaría en mis
recuerdos, dos años antes de fallecer nuestra directora. Por la tardes siempre había alguien que rondaba los pasillos. Una vez en el piso más alto en “el colegio R. M.” había una mujer sin pies, vestida de blanco al fondo del pasillo, que siempre solía estar alejada. Al menos eso era lo que parecía, hasta que una vez ese espíritu se acercó tanto que parecía respirar en mi cuello, aquella escena fue aterradora, no
volví a olvidar ni un solo libro desde aquel entonces. Jamás pude contárselo a nadie, fue una cosa completamente increíble.

Enma

  

    He vivido muchas cosas, aunque si tengo que elegir una que sea corta y apropiada para la tarea, elegiría la siguiente: 

   Trabajo como moza de almacén desde hace años en una empresa de construcción en Chipiona, pero mi trabajo es bastante variado, desde atender clientes hasta el transporte de mercancías. 

   Un día, me tocaba transportar una carga pesada hasta Rota, el pueblo de al lado. La furgoneta es de los años 80 y no suele alcanzar los 60 km/h, cuando va cargada no llega a los 30 km/h. Además, no tiene aire acondicionado y aquel día estábamos en agosto, a más de 30 grados.

   Después de que uno de mis compañeros cargase la furgoneta y amarrase la mercancía (la furgoneta es abierta), me dirijo hacía Rota con Ricardo, un compañero, esa fue la primera vez que yo utilizaba el camioncito y venía conmigo para facilitarme el viaje (gracias a Dios).

  Después de más de 20 minutos conduciendo, un calor insoportable incluso con las ventanas abiertas y una larga fila de coches siguiéndome, adelantándome y mirándome mal por ir tan despacio, llegamos por fin a Rota, la siguiente tarea era dirigirnos al lugar donde esperaban el material. 

   Material en cuestión: 25 rollos de lámina asfáltica, de unos 40 kg aproximadamente cada rollo, y unas 30 placas de pladur, perfiles, tornillos y todo el material que necesitan dichas placas. El palé de pladur estaba debajo del palé de rollos, es decir, los rollos quedaban a una altura considerable, y estaban apilados en forma de pirámide.

  La entrada a la ciudad de Rota es bastante particular, pues hay que pasar por diversas rotondas y semáforos, muchos pasos de peatones y cedas el paso , parecía una yincana de mal gusto.

  Yo empezaba a ponerme bastante nerviosa, pues había un tráfico considerable y la dirección de la furgoneta estaba durísima, para girar el volante, había que utilizar toda la fuerza bruta existente, y a la vez, tener la suficiente maña para no lesionarse un trapecio. 

   Voy centrada en oír las indicaciones de Ricardo, en hacer fuerza y conexión neuromuscular con mis hombros y tríceps para girar el volante lo mejor posible, atenta a la carretera y a las mil señales de tráfico y en no mojarme los ojos con el sudor que empezaba a salir de mi frente a causa de los nervios y el calor que había en la cabina (si me entra sudor en los ojos me escocerán y no veré nada, pensaba yo) … 

    Entro en la rotonda número 30 de Rota, cada vez más confiada de mis capacidades como transportista, pero algo me despierta de mi ensoñación, muchos cláxones sonando a la vez y Ricardo chillando palabras obscenas, miro por el espejo y veo a varios coches haciendo movimientos bruscos y conductores haciendo aspavientos, hasta que, de repente: varios rollos de lámina asfáltica cayendo estrepitosamente. 

    La carga se había soltado al girar en la rotonda, todos los rollos esparcidos por la carretera. Gracias a Dios no pasó nada, pues uno de esos rollos podría reventar un coche o matar a alguien. Tuvimos que parar y recogerlos todos, bueno, los recogió Ricardo que es del tamaño de un vikingo y parece fisicoculturista, pesaban tanto que yo no podía con ellos, así que yo me encargué de redirigir el tráfico. La mercancía fue dejada en su lugar de destino con éxito. Ricardo y yo nos reíamos por el camino y dijimos que no se lo diríamos a nadie, además le echamos la culpa a Juan, que fue quien amarró mal la mercancía. 

María de las M.


     Cuando tenía 10 años iba mucho con mis padres a un club que tenía piscinas, chiringuitos,etc… Una de esas veces fui a meterme en la piscina pequeña que también tenía otra parte un poco más honda y se podía acceder bien por unas escaleras o deslizándote por un tobogán. Aquel día decidí bajar las escaleras, donde había una niña de unos tres años cuya intención era saltar de cabeza con su flotador, pero se le quedaron las piernas enganchadas y cuando parecía que iba a salir a flote no podía porque era tan pequeña que no hacía pie, se estaba ahogando, yo me quedé un momento paralizada, pero supe reaccionar y la cogí en brazos y corriendo salí de la piscina preguntando de quién era esta niña. Había una mujer sentada leyendo una revista y dijo que era suya, le dije que se estaba ahogando, puse a la niña en sus piernas y la peque me miró de tal forma que nunca se me ha olvidado, fue su manera de darme las gracias. Para mí, increíble, la sensación de haber podido ayudar a aquella niña no tuvo precio y como con tan solo su mirada me sentí más que recompensada.

África 

    Una tarde como otra cualquiera fui a Motril a llevar a mi hija a clases particulares, aprovechando el viaje decidí llevar parte de mi sueldo, que cobro en metálico, al banco. Como no me gusta llevar bolso ni corta ni perezosa fuì y me metí 300 euros liados en el bolsillo. Llevaba 2 minutos más o menos caminando en dirección al cajero cuando me dí cuenta que se me había caído el dinero.

   No hay que explicar que clase de mal cuerpo se me puso.Volví sobre mis pasos al lugar donde había aparcado el coche y no encontré nada,me senté en un banco de la calle desesperada y cuando comencé a llorar de rabia por tonta, un coche comenzó a pitar y un niño sacaba por la ventanilla lo que parecía mi dinero. ¡¡Señora esto es suyo ¡¡ me acerqué y una señora que conducía me dijo: Ví como se te caía el dinero cuando pasabas por la acera, me paré y lo cogí. He dado dos vueltas a la manzana para ver si te veía . No podía parar de darle las gracias mientras lloraba

       Por muchas razones tengo poca fe en el ser humano, pero esta señora fue mi ángel ese día. Todavía quedan buenas personas en el mundo. 

Fátima


     La situación más increíble que viví fue cuando tuve a mi hijo, como estábamos con la COVID  no pudieron meterse directamente en habitación. Estuve 4 horas esperando en la sala de correas, que es donde se escucha los latidos del bebe y se ve las contracciones, estuve allí paseando de un lado a otro sin poder sentarme del dolor y sola. No dejaron pasar a mi madre hasta que pudieran saber si tenía COVID o no, fue un mal momento para mí.
    Después me llevaron a habitación porque no quería ponerme la epidural y tras estar varias horas, al final cedí y a las horas mi hijo nació. Fue una sensación rara donde solo las mujeres podemos entendernos y saber de lo que hablamos.
Zoraida


— ¡Mira, fijate en el cielo! —dije señalando con el dedo.
— Espera, échate a un lado. Voy a sacar una foto. —dijo haciendo señas con la mano.
    Aquel lugar era silencioso, nada parecía perturbar su calma a excepción de nosotros y el canto de unos pocos pájaros aturullados en las copas de los árboles.
— Deberíamos bajar ya, está anocheciendo. Y te recuerdo que tardamos casi una hora entera en subir hasta aquí. —dije.
— Si, si, vámonos ya pesado. No hubiésemos tardado tanto si no nos hubiésemos parado a descansar cada cinco minutos. —dijo mientras comenzaba a caminar.
   Suspiré lo suficientemente fuerte para que me escuchara. Y le seguí por el empinado camino de escaleras de piedra. Daba la impresión de que nunca acababan, de que podrías bajar escalones toda una vida, y darte cuenta de que sigues en el mismo sitio que al principio…
— Eh, ¿tú te acuerdas de por cuál de los dos lados subimos? —dijo con tono de cierta preocupación.
   Miré detenidamente los dos caminos intentando buscar detalles notables, algo que me hiciese identificar por cuál habíamos pasado antes, pero me fue completamente imposible.
— Los dos me parecen exactamente iguales, no tengo ni idea de por cuál deberíamos ir. — dije con indiferencia.
— Vayamos por la izquierda. Seguro que es por aquí —masculló algo dubitativo.
Seguimos caminando por aquel lugar. El viento cada vez golpeaba más fuerte, y empezaba
a hacer frío. El camino también estaba más oscuro, pero todavía se podía ver con cierta
facilidad.
— Llevamos tres cuartos de hora caminando, ¿no deberíamos estar ya abajo? —pregunte.
— Ya debemos de estar cerca, no te preocupes. —dijo con determinación.
Todo parecía ir bien, hasta que…
— Joder, otra bifurcación. ¿Hacia dónde vamos ahora? —dijo.
    Yo me detuve un segundo, termine de beber el poco agua que quedaba en mi botella y la puse en el suelo para comenzar a darle vueltas.
— ¿Que se supone que estás haciendo? —dijo algo enfadado.
    La botella tras dar unos pocos giros apuntó a la izquierda.
— Vayamos por allí. — dije.
   El susurro algunas cosas que fui incapaz de escuchar y después continuamos caminando.
    Pensé que había tomado una buena decisión, que aquella elección aleatoria no era para nada relevante. Al menos tenía esperanza en ello.
— No lo entiendo… es imposible. —dijo palideciendo.
— ¿A qué te refieres? —dije.
— ¿No te diste cuenta todavía? mira un poco más adelante —dijo mientras le tiritaba la voz. …
     Delante nuestra había de nuevo dos caminos, pero lo inexplicable era que también estaba
allí la botella de agua que dejé.  No intercambiamos más palabras en aquel momento, elevamos el paso y fuimos por la  derecha sin pensarlo dos veces. El cielo había oscurecido tanto para aquel momento que apenas se podía ver nada que estuviese mínimamente lejos.
     Mi corazón empezó a palpitar más rápido, tanto que se podía escuchar junto con el ruido de
nuestras zapatillas bajando y bajando.
— ¿Qué hora es? —pregunto.
— No tengo batería en el móvil, miralo tú —dije.
— Yo tampo…
   Allí estaba de vuelta, como una broma de mal gusto. Aquella maldita botella volvía a estar a
nuestros pies. Nuestra mente terminó ahogándose en pensamientos. Empecé a correr hacia arriba, no sé en qué estaba pensando. Pero en aquel momento me pareció lo más lógico. Mi amigo me siguió.
    Y sin explicación alguna, después de un rato subiendo, terminamos llegando hasta abajo del todo y pudimos salir a la calle del pueblo.
Jacinto


 

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