sábado, mayo 13

1. El mundo a tus pies




       
         Todavía lo recuerdo, con una increíble nitidez. Aquella mañana de la infancia. Tantos días ilusionado en conseguir un globo. Mis padres lo habían anudado a mi muñeca, ahora sé que con gran torpeza. Descubrí una línea de ascendientes puntos suspensivos que se dibujaba en el cielo, inversamente a mi profunda desilusión.

          Mi familia era una de esas que no se prestaba mucho a atender los caprichos que pudiéramos tener alguno de los tres hermanos. Mis recuerdos están llenos de deseos y llanteras infructuosas a los oídos paternos. Su concepto de la educación no contemplaba, el mínimo atisbo de condescendencia con los tres hijos. La comida y la ropa remendada, que además pasaba como una reliquia por todos los hermanos de mayor a menor, eran los únicos elementos de los que podíamos disponer, y con escasez.

          Por eso recuerdo con tanta exactitud, esa nítida mañana dominical. Durante el rutinario paseo, mi padre se acercó. Me dio un beso, algo ciertamente poco habitual, tras él portaba un enorme globo.  Un globo amarillo, reluciente, lleno de luz... la misma que me inundó mi ser. Había conseguido uno de mis sueños, y así de improvisto.

        Aquella mañana el paseo se convirtió en una marcha de victoria en la que yo enarbolaba mi preciado tesoro anudado a mi muñeca. Recuerdo con el orgullo con que lo observaba agitarse sobre mi cabeza. Corría, como un dislocado, a todos los lugares. Él fiel desde su altura me acompañaba, obediente a la tiranía de mis movimientos.

        Y fue por uno de aquellos arranques caprichosos y por estar tan mal atado a mi muñeca ,sin duda; cuando la fatalidad truncó mi estado. El globo se liberó de su tiranía y, aunque un arco de manos adultas intentó franquear su camino, buscó la ansiada libertad camino del azul celestial...




        Mi mundo se despeñó y se detuvo de pronto. Sentí un dolor intenso, duro. Bajé la mirada. Sufría. Mis ojos se toparon con una mirada fría. Otro niño. Me miraba indiferente. Sujetaba un enorme globo rojo, mayor que el mío. Además con la otra mano, saboreaba un enorme helado. Su cara estaba llena de unos enormes churretes.
        Peor ya no había nada.



                                                                      Continuación

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