
"Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestísimo viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él. El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Representaba sólo un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas.
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Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo.
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El protagonista de esta novela, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad, uno de los cuatro ministerios que tiene el Estado, su función es modificar los datos de la realidad, fundamentalmente los datos históricos para generar una opinión totalmente direccionada y afín a los intereses del partido único. Con el tiempo Smith toma consciencia de cómo el Estado manipula a su favor a los habitantes y trata de escapar de la constante y permanente vigilancia del Gran Hermano. Se enamora de Julia, una joven también desengañada del sistema y se afilian a La Hermandad, un falso grupo de resistencia con el que tratarán de liberarse, cosa que no lograrán, porque La Hermandad no es más que otro engranaje del sistema represor...
Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no conocer que se había realizado un acto de autosugestión.
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Afuera, incluso a través de los ventanales cerrados, el mundo parecía frío. Calle abajo se formaban pequeños torbellinos de viento y polvo; los papeles rotos subían en espirales y, aunque el sol lucía y el cielo estaba intensamente azul, nada parecía tener color a no ser los carteles pegados por todas partes. La cara de los bigotes negros miraba desde todas las esquinas que dominaban la circulación. En la casa de enfrente había uno de estos cartelones. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las grandes letras, mientras los sombríos ojos miraban fijamente a los de Winston. En la calle, en línea vertical con aquél, había otro cartel roto por un pico, que flameaba espasmódicamente azotado por el viento, descubriendo y cubriendo alternativamente una sola palabra: INGSOC. A lo lejos, un autogiro pasaba entre los tejados, se quedaba un instante colgado en el aire y luego se lanzaba otra vez en un vuelo curvo. Era de la patrulla de policía encargada de vigilar a la gente a través de los balcones y ventanas. Sin embargo, las patrullas eran lo de menos. Lo que importaba verdaderamente era la Policía del Pensamiento.75 años después de la publicación de 1984, muchos nos planteamos sobre qué predicciones acertó la obra de George Orwell .Considero muy interesante estos enlaces:
Vídeo:"1984", La novela distópica y las profecías G. Orwell
Lo del Gran Hermano lo estamos viendo con los móviles que nos controla dónde vamos, lo que decimos, nuestros gustos,... y esto es solo el principio. Resulta aterrador cómo Orwell acertó en tantos aspectos de nuestro tiempo, lo que nos queda...
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