jueves, enero 19

Recuerdos de tu escuela

      Por aquella calle de la infancia siempre parecían flotar en el aire, las briznas que desprendían los braseros de picón de las casas. Era una ciudad, sí. Tu ciudad. 



     La mayoría de sus pobladores acababan de llegar de los pueblos de la provincia, de los que traían todavía muchas costumbres, una fascinante era esa que te permitía asomarte a las brasas incandescentes en esos recipientes metálicos. Como la economía no dejaba para muchos dispendios, había que recurrir a la más humilde de las calefacciones. 

     La calle mojada y fría estaba moteada por los charcos helados que tanto placer te producían al hacerlos estallar con el peso de tu cuerpo. Al final, de la calle te esperaba la escuela.

    En su interior el patio de chinorros, donde se organizaban las filas de alumnos que esperaban la voz del director para entonar los cánticos patrióticos, de pegadizo ritmo. Te recordaban la ascendencia rancia de la patria, enraizada en unos nombres rimbombantes de legendarios personajes que luego veríais ilustrados en los libros de texto.
     Ya en la clase, tras el ordenado acceso, esperabais la llegada del maestro que era respondida con una enérgica puesta en pie de todos. A continuación se pasaba lista, uno se levantaba y respondía  con el machacante:
!Presente! o el más piadoso y refinado: !Servidor!
     Como a nadie se le habían ocurrido palabras como: coeducación, diversidad curricular, apoyo a la integración,... las alumnas estaban en otro lejano e inaccesible entorno. Los maestros estaban con los niños y las maestras con las niñas que entonces eran seres extraños que no conocían las reglas del fútbol y sólo se preocupaban por sus muñecas. La separación era total y duraba hasta el instituto, sólo en la universidad se permitían esas licencias tan extremas de mezcolanzas de sexos.

      Tampoco a nadie le preocupaban las adaptaciones a distintos niveles de enseñanza y a todo se aplicaba la misma vara de medir, no era otra que el aprendizaje memorístico de ríos, países, lagos, ciudades, mares, reyes, tablas de multiplicar, continentes,... por los que viajabais con una ingente imaginación, sólo estimulada por las anodinas fotografías de los libros de texto. Curiosamente estos libros, que no eran gratuitos, nos venían heredados de un sinfín de manos de hermanos mayores, primos, vecinos, hijos de conocidos,... pero que cuidábamos como auténticos tesoros porque sabíamos que eran el pasaporte para un mundo de oportunidades. Eran nuestra puerta abierta al mundo.

       Los materiales que se utilizaban eran tan simples como una pizarra negra, tizas y borradores. Además algunos mapas decoraban las mal encaladas paredes del aula. Recuerda uno que te fascinaba porque estaba realizado con escayola, o eso crees, y perfilaba el relieve de la península. Era una sensación única como si la vieras desde un globo en la altitud.

      La aparición de proyectores suponían un reto a la pericia del docente que acometía la invención como un auténtico reto personal. No, no sabíais que era eso de Internet. Aunque a los alumnos actuales pueda parecerles increíble vivir sin móviles y otros aparatos.
 
        Y si algo ha cambiado espectacularmente, es el respeto que le tenían vuestros padres a los maestros, sus opiniones eran aceptadas sin la mínima duda; claro que esto a ti te parecía una verdadera salvajada porque tu vida parecía depender de sus recomendaciones y también, de sus caprichos.

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