viernes, marzo 16

Las últimas luces, parecen rendirse al atardecer.




           Todo empezó aquel día atormentado. El ambiente parecía discurrir lleno de contradicciones. Alguien me había saludado desde lejos. La luz errante y mi escasa visión, me impidieron reconocerle, por lo que devolví un absurdo movimiento de brazo, una sensación ridícula me atravesó el cuerpo hasta florecer mi rostro.



           Mucho tiempo después, seguía pensando en quién me habría saludado. Era una situación realmente molesta. Podía haber sido cualquiera. Pero me dolía no saberlo, tal vez alguien con quien quería conversar o alguien que llevaba tiempo sin ver, o no. Me consolaba la idea de que fuera una persona que no me importara demasiado, como alguien con quien me cruzo a menudo; un vecino con el que solo me saludaba en el ascensor; alguien que, como yo, no viera bien y se habría confundido. Decidí no darle más vueltas y, simplemente, olvidar...

             Cuando terminaba mi jornada laboral, lo único que necesitaba era perderme por la ciudad. Intentaba buscar lugares alejados del bullicio, creo que empezaba a molestarme la gente; me iba convirtiendo en alguien solitario, una persona que cada vez más rehuía el contacto con otros de su especie. Buscaba el refugio en un parque cercano en el centro de la ciudad. Allí me encontraba bien y me permitía olvidar mi trabajo, mi soledad.

              Como una tarde de tantas, salí abrumado del trabajo. Llegué a ese lugar. Me senté, relajado. De pronto, una voz cálida y veloz, rompió el silencio con un:

              - Me alegra verte de nuevo, pásalo bien.
       


              Todo fue tan rápido, que tardé mucho en reaccionar y en la lejanía, reconocí la figura que días antes, me había saludado. Corrí hacia ella, pero pronto se había difuminado entre las personas que transitaban las calles cercanas.  Me había cansado, no era una persona acostumbrada a realizar muchos esfuerzos físicos. Sentí una sensación extraña, de abatimiento e impotencia, no conseguía encontrar esa persona que  me conocía.
       
             Han pasado muchos días desde aquello, siempre he querido estar en ese lugar a la misma hora. Los dos saludos se habían producido en días diferentes pero con un intervalo de 15 minutos, aquella persona tendría que volver a pasar, sin duda, cualquier día. Tenía que encontrar el dueño de aquella voz y de esa figura que se había escabullido dos veces al caer la tarde. Pensaba en mí, aunque era consciente de que en el mundo otros luchaban por grandes ideales. Inevitablemente yo estaba en otro mundo.


       
               Terminé  abandonando mi trabajo.  Era  una ocupación realmente absurda, ya que me pasaba todo el día ordenando un sinfín de documentos. Era algo endiablado: cuando los tenía organizados, los llevaba a otra dependencia; allí, unos compañeros los toqueteaban y me los desordenaban, me los traían y vuelta a empezar. Eran documentos con ese lenguaje administrativo y jurídico, que parecían estar concebidos para que nadie pudiera entretenerse, aunque fuese leyéndolos, ni un solo momento. Los días pasaban así, sumidos en una especie de tarde sempiterna que nunca quería irse. No encontraba ningún sentido en desarrollar una actividad en la que no creía..


             El mundo pasaba a mi alrededor con su ritmo vertiginoso. Yo me paraba a contemplarlo ajeno y distante. Me convertí en un triste espectador. Los días seguían borrando sus huellas en el tiempo. Mi vida parecía rodar por el mismo circuito, repitiéndose con tedio y sin sentido.
           




          Al menos, ya sé que eres el dueño de la voz. Tú cuando pasas apresurado por el parque y me encuentras torpemente vestido y abrumado por la suciedad, y que en ocasiones, me saludas cuando las últimas luces, parecen rendirse al atardecer.

                                                                                  Fotos realizadas en Granada

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